
Tal vez el título de esta columna suene desafiante y genere controversias entre colegas. Conviven hoy en día posturas diferentes en cuanto a si los coaches podemos comprometernos a resultados con nuestros clientes o no. Pero al final del día, y hablando puramente de nuestro ejercicio profesional, nuestros clientes pagan por nuestro servicio… ¿a cambio de qué? ¿Cuál es la evidencia que nosotros como coaches damos a cambio del dinero que recibimos?
Quisiera dejar en claro un punto antes de comenzar a explayarme: la acción siempre está con el cliente. La única acción que nosotros como coaches tomamos es conversar. Y allí está el punto: ¿cuál es nivel de conversación que tenemos, que le abre al cliente las posibilidades de tomar acciones y lograr los resultados que se propone a través de proceso de coaching?
Cuando iniciamos un proceso de coaching, como coaches hacemos promesas. Prometemos acompañar al cliente durante un número de sesiones para el logro de objetivos que se establecen desde un inicio y a los que nosotros podemos decir que si, que no o que no sabemos. Eso le da al cliente la libertad de elegir si quiere comenzar a trabajar con ese coach o no. Si dijimos que si, hicimos una promesa, a cambio de esa promesa, el coachee nos paga.
¿Cuál es el entregable por el intercambio? Un nivel de conversación que le habilite accesos a distintas posibilidades de acción, de interpretación, de intervención en sus propios estados de ánimo, lo cual necesariamente se traducirá en cambios en su manera de relacionarse con lo que ocurre y por ende, lograr lo que se propone.
Dicho de otra manera y con un ejemplo muy común: cuando nosotros vamos a comprar un par de zapatos, elegimos los zapatos que queremos y pagamos por ellos. Al salir de la tienda a cambio de nuestro dinero nos llevamos un par de zapatos. Todos acordamos en el intercambio y cada quien obtiene algo a cambio del valor que aporta.
En la relación de coaching debería pasar lo mismo: ¿Cuál es el valor que aporta el coach a su cliente? ¿Cuál es la evidencia de que la brecha entre su estado actual y su estado deseado se ha acortado? ¿Cómo podemos fundamentarla?
En mi práctica lo hago a través de indicadores de entrada y de salida del proceso de coaching que nos permiten a ambos, a mi cliente y a mi, tener visibilidad del proceso, de los avances y logros que se alcanzan y, llegado el caso, de la necesidad de ajustar el rumbo.
Por eso le pongo mucha energía a la documentación: es al final del día lo que el coachee se lleva del proceso de coaching: los resultados que ha obtenido producto del nivel de conversaciones que hemos tenido y la visibilidad de los mismos. Mi responsabilidad como coach es llevar un “tracking” del proceso que esté a disposición de mi cliente en todo momento. Que nos permita evaluar cómo vamos y mantener un rumbo hacia lo que el cliente declara que quiere lograr.
De esta manera el valor en dinero se ve traducido en valor de resultados claros y medibles acordados desde un primer momento. La acción está con el coachee, y el cumplimiento de promesas basadas en el nivel de competencia que tengamos irá ligado a nuestra identidad como coaches.
Les propongo que cumplamos con las promesas que hacemos, que hagamos promesas que podamos cumplir, que cuidemos la identidad de nuestra profesión para que sea una opción atractiva para nuestros clientes y el mercado en el que nos desenvolvemos.
La apuesta es alta, pero la recompensa en todos los sentidos vale la pena.
Por Laura Bicondoa . Socia Directora de Liderarte Performance & Coaching – Campus33.
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